Una breve revisión sobre los peligros de la manipulación de la vida humana.
Introducción.
La clonación de seres humanos es una posibilidad técnica que plantea grandes desafíos éticos. No faltan defensores de la clonación humana, esgrimiendo argumentos de todo tipo, aunque estos argumentos son diferentes dependiendo de si hablamos de clonación reproductiva o de una clonación “terapéutica”. En la clonación reproductiva se busca la generación de un individuo humano completo que será copia idéntica de otro, al margen de la reproducción sexual. En la clonación llamada “terapéutica”, se trata de generar células humanas con una determinada especialización “reprogramada” a voluntad con el fin de reparar tejidos dañados.
Pero procuremos antes de nada fijar los conceptos con un mayor rigor, leyendo y escuchando a los propios científicos.
Aproximación al concepto científico de clonación.
¿Qué es clonar? La palabra procede del griego, κλώνος klōn, que posee el significado de ramita, esqueje o renuevo. Se relaciona con un verbo que significa romper o fragmentar. De ahí pasó al inglés, clon, de la mano de un biólogo llamado Webber (en 1903), que ya la empleó en el ámbito botánico.
Según María Iraburu, científica y catedrática de la Universidad de Navarra:
“La clonación puede definirse como el proceso por el que se consiguen copias idénticas de un organismo ya desarrollado, de forma asexual. Estas dos características son importantes:
- Se parte de un animal ya desarrollado, porque la clonación responde a un interés por obtener copias de un determinado animal que nos interesa, y solo cuando es adulto conocemos sus características.
- Por otro lado, se trata de hacerlo de forma asexual. La reproducción sexual no nos permite obtener copias idénticas, ya que este tipo de reproducción por su misma naturaleza genera diversidad.” [1]
Es evidente que la clonación se trata de una tecnología biológica o biomédica. Es un proceso que no está previsto en la propia naturaleza; al hacer un uso aplicado (con algún fin o interés previsto) de la ciencia, cae de lleno en el ámbito de la tecnología. En las especies de reproducción sexual, como la humana, los descendientes son similares a los progenitores, mas no idénticos. Introducir formas de reproducción asexual en especies de reproducción sexual, significa una regresión: la forma reproductiva asexual en la naturaleza se corresponde con modelos de vida menos desarrollados y más simples.
En las especies de reproducción sexual, todas nuestras células proceden de una sola y única: el zigoto.
El zigoto es el embrión unicelular. En su núcleo está contenida toda la información genética que condiciona cómo va a ser el individuo desde el punto de vista morfológico, fisiológico, e incluso conductual. Las características que el individuo tendrá en las distintas etapas de su vida, tanto genéricas (las propias de otros individuos de su especie) como las individuales (que en el caso humano adquieren una importancia obvia) están presentes en el núcleo de esa célula única y fecundada. Esas características se transmitirán a todas las células que -por división– proceden de ella.
Decimos que esta información genética, depositada en el ADN, “condiciona” y no determina debido a que existen numerosos factores epigenéticos[2] y ambientales que regulan el “resultado” de un individuo desarrollado, un resultado que nunca es del todo definitivo pues la experiencia le afecta contingentemente hasta el momento de su muerte. [3]
A partir del zigoto inicial, esa única célula que contiene la información que el individuo hereda por vía materna y por vía paterna, se producen millones de divisiones celulares hasta conformar el ser vivo individual ya desarrollado.
Debe tenerse en cuenta que el sexo, en el proceso evolutivo de la naturaleza, es todo un complejo sistema que garantiza la diversidad individual dentro de los parámetros comunes de cada especie. Cada individuo de una especie que se reproduce sexualmente es el resultado de una combinación única e irrepetible de genes transmitidos a partir de dos linajes diferentes, los linajes maternos y paternos. Salvo en los casos de ciertos tipos de gemelos, los gemelos idénticos, en donde hay una similitud genética máxima[4], todos los hermanos biológicos (hijos de la misma pareja progenitora), incluyendo los mellizos, son diferentes entre sí, individuos únicos e irrepetibles, aunque algunas características de los padres y demás antepasados hayan llegado hasta ellos. De paso, diremos que ya en el nivel del zigoto, esa célula primordial, existe una “identidad genética” para cada individuo. No hay dos zigotos o dos embriones iguales, a no ser en los casos de los gemelos idénticos o de los seres clonados.
A partir del zigoto, todas las células –a excepción de las células reproductoras o gametos- contienen toda y la misma información genética que condicionará (teniendo en cuenta la epigénesis y el ambiente) cómo ha de ser el individuo desarrollado. Los gametos o células reproductoras (es decir, espermatozoide y óvulo) tan solo poseen la mitad de esa información, pues su misión consiste en añadir esa mitad a la otra mitad aportada por el gameto del sexo opuesto. El resto de las células, que es la inmensa mayoría en un organismo, constituida como el fruto de sucesivas divisiones, poseen toda la información, aunque no la emplearán en su integridad.
Aquí es donde entra el concepto de potencialidad. Cuanto más primitiva (en el sentido de hallarse en la primera fase de su vida) es una célula, como fruto de las primeras divisiones celulares, más potencialidad conserva para adquirir funciones diversas. Por el contrario, si la célula ya es fruto de divisiones más tardías, ésta unidad viviente ya ha adquirido una mayor especialización y –sin manipulaciones de laboratorio- más difícil será la reprogramación de la misma para que adquiera nuevas funciones. Pero, incluso con estas manipulaciones de laboratorio, está claro que resulta más fácil la reprogramación de células que, o bien son “células madre” (que conservan su máxima potencialidad siempre, es decir, células adultas) o bien células embrionarias, por hallarse en una fase primitiva de su desarrollo.
Este concepto de reprogramación es importante, pues hace alusión a una intervención deliberada por parte del hombre. Las células madre o las células embrionarias tempranas pueden ser “orientadas” hacia una determinada especialidad funcional, en el caso de la medicina reparadora (la clonación terapéutica) o hacia una producción de un individuo clonado. En sí misma, la reprogramación celular no plantea inconvenientes éticos. Estos problemas éticos surgen en el momento en que para la obtención de las células adecuadas hay que destruir embriones.
La destrucción deliberada de embriones.
En este punto, la destrucción de embriones que se consideran individuos, entran en escena las reflexiones bioéticas. Los progresos de la ciencia biológica y de la medicina han permitido la aplicación de numerosos tratamientos regenerativos. Los tejidos dañados en un organismo pueden ser regenerados, en muchas ocasiones, a partir de técnicas de producción de células nuevas. Los científicos pueden impulsar y controlar el mecanismo natural de la división celular a partir de células generatrices que pueden ser, como hemos dicho más arriba, o bien células embrionarias (dotadas de gran potencialidad) o células madre adultas. Tanto desde el punto de vista de la efectividad “técnica” como desde el punto de vista de la ética, son preferibles las células madre adultas. La Iglesia Católica así se ha pronunciado. [5]
El Sujeto humano o persona.
Clonar, siguiendo la nítida y pedagógica exposición de María Iraburu, equivale a “reprogramar” una célula somática con el fin de iniciar la ejecución de un programa embrionario y, después, implantarla en el útero:
“Teniendo todo esto en cuenta, cualquier célula del organismo adulto (células somáticas, no reproductoras) puede servir teóricamente para obtener un nuevo ser vivo de las mismas características, ya que tiene en su ADN la información de cómo es y cómo se desarrolla ese determinado organismo. Se trataría de tomar una célula cualquiera, exceptuando las células reproductoras que tienen una dotación incompleta, y conseguir que esa información se exprese, se ponga en funcionamiento y nos produzca otro ser. Clonar consistiría por tanto en reprogramar una célula somática para que empiece el programa embrionario. Una vez comenzado su desarrollo se implantaría en un útero, ya que de momento no es posible que los embriones lleguen a término fuera de un útero.
Además, disponemos de tecnología adecuada, tanto para conseguir que las células vivan y crezcan fuera del cuerpo, mediante las llamadas técnicas de cultivo celular, como para implantar con éxito embriones generados in vitro, por las técnicas de manipulación de embriones.”[6]
Las dificultades tradicionales en los experimentos de clonación, desde un punto de vista técnico, aparecen desde el momento en que las células fruto de sucesivas divisiones van “perdiendo memoria”, es decir, van perdiendo la capacidad de generar un organismo entero a partir de ellas. Se especializan, vale decir, pierden potencialidad. Los científicos, al acudir a las células embrionarias, salvan esta pérdida de “memoria genética” o potencialidad, pero reducen el papel del embrión a mero instrumento de “usar y tirar”.
Desde el punto de vista antropológico y ontológico el embrión –desde que es zigoto- ya es sujeto y persona. Y lo es en el momento en el que hablamos del embrión de un ser humano. Tratar el mismo como una especie de banco o vehículo de células aprovechables, y causar la muerte embrionaria una vez extraídas las que se van a emplear en la manipulación, no puede contar con la aprobación de un católico. Se trata de un atentado contra el Derecho Natural si consideramos que el sujeto llamado embrión posee de manera intrínseca el derecho a desarrollarse, el derecho a constituirse como persona, para cuyo fin ha sido creado por Dios.
El doctor Justo Aznar, en su artículo “Estatuto biológico del embrión humano”[7], denuncia el uso pseudocientífico y sesgado de cierta terminología nueva que pretende negar la condición de verdadero embrión humano al embrión pre-implantatorio, llamándolo pre-embrión, o introduciendo neologismos que borran la condición verdaderamente humana y embrionaria a ese individuo.
Los partidarios de una clonación humana sin restricciones prefieren considerar al embrión pre-implantatorio una mera “agrupación de células”, negándole individualidad humana a aquello que no es sino un verdadero embrión, una vida humana que ya posee una identidad genética, inmunitaria, metabólica, y que ya se encuentra en simbiosis con la madre incluso antes de haber arraigado en el útero.
En el mismo artículo, el doctor Aznar hace referencia a la declaración del Tribunal Europeo (Tribunal Superior de Justicia Europeo, 2011), según la cual se considera embrión humano todo óvulo humano fecundado, sea cual sea el método seguido para dicha fecundación. Junto a los argumentos estrictamente biológicos, hay base suficiente para exigir la protección legal del embrión propiamente dicho, esto es, a partir de la fecundación, sin que sirvan de nada las argucias terminológicas.
Como ya hemos señalado al principio, hay dos grandes tipos de clonación que se distinguen según el fin al que está destinada, y el análisis y reflexión ética debe adecuarse a esa doble modalidad. Ambas formas presentan problemas éticos y legales. Los dos tipos son: a) clonación reproductiva y b) clonación terapéutica.
Desde el punto de vista de la aceptación, tanto en la sociedad en general como en la comunidad científica, podemos observar que goza de una mejor imagen la clonación terapéutica.
La clonación reproductiva.
La clonación reproductiva, especialmente en el caso de seres humanos, provoca un fuerte rechazo y abre las puertas a situaciones antropológicamente inaceptables. El famoso ejemplo de la oveja Dolly, trasladado a la reproducción de humanos, nos confronta con la posibilidad de engendrar seres humanos a la carta, producir niños como quien fabrica mercancías. Para mucha gente, aun en ambientes alejados de toda religiosidad, los humanos son vistos seres racionales y con alma, personas, esto es, seres que son fines en sí mismos, y que no pueden ser tratados como objetos al servicio de fines que les son ajenos. Pero es menos conocida la problemática ética en la clonación llamada “terapéutica”, esto es, la que se aplica en la medicina reparadora.
La profesora Iraburu resume así el importante aspecto ético de la clonación reproductiva:
“Dicho de otro modo: la clonación reproductiva atenta a la libertad del clon, fija sus condiciones biológicas según el criterio de otros, y en ese sentido es un ejemplo difícilmente superable de manipulación del hombre por la técnica (manejada por terceros).”
Como mínimo, cabe decir que el niño clonado, en el proceso de su propia generación, se convierte en un ser instrumentalizado por otros, y sus derechos se verían menoscabados desde el primer momento de su existencia.
De la misma manera, podemos añadir que el niño clonado no contaría con una familia natural, es decir, constituida por un padre y una madre. Los niños deberían venir al mundo como fruto natural y expresión del amor recíproco que sienten su padre y su madre, que también se traduce en el amor a la criatura que ellos engendran. En tal sentido, ningún niño debería venir al mundo “para” satisfacer necesidades de sus progenitores. No existe un derecho de los padres a tener hijos. Frente a este supuesto derecho, solamente existe el derecho de los niños a tener padres. Y los niños que vengan al mundo deben saber que no han sido engendrados con otra finalidad que la de existir como fines en sí mismos, desarrollándose como personas con todos los derechos que son intrínsecos a la ontología de la persona.
La Academia Pontificia Pro Vita, en sus reflexiones “Sobre la Clonación” (1997), advirtió con claridad sobre los peligros de una industria productora de seres humanos. A todos nos viene a la mente la novela de Aldous Huxley, Brave New World (Un Mundo Feliz, en su versión española). La citada institución dice:
“Es preciso subrayar, una vez más, la diferencia que existe entre la concepción de la vida como don de amor y la visión del ser humano considerado como producto industrial.
“Frenar el proyecto de la clonación humana es un compromiso moral que debe traducirse también en términos culturales, sociales y legislativos. En efecto, el progreso de la investigación científica es muy diferente de la aparición del despotismo cientifista, que hoy parece ocupar el lugar de las antiguas ideologías. En un régimen democrático y pluralista, la primera garantía con respecto a la libertad de cada uno se realiza en el respeto incondicional de la dignidad del hombre, en todas las fases de su vida y más allá de las dotes intelectuales o físicas de las que goza o de las que está privado. En la clonación humana no se da la condición que es necesaria para una verdadera convivencia: tratar al hombre siempre y en todos los casos como fin y como valor, y nunca como un medio o simple objeto.”[8]
La clonación “terapéutica”.
Tratemos ahora la otra clase de clonación según la finalidad perseguida, es decir, la clonación con objetivo terapéutico, la cual despierta, como decíamos más arriba, menos resistencias. Aparentemente, el fin es noble: la curación de enfermedades, la reparación de órganos y tejidos que salva vidas y mejora la calidad de vida de las personas afectadas. Nada que ver con la producción “industrial” de niños. Sin embargo, también en esta clase de clonación debemos mostrar rechazo ético cuando es el caso en que se emplean células embrionarias, con destrucción de embriones. La profesora Iraburu escribe:
“En este caso no hay manipulación del nuevo ser humano, como sucede en la clonación con fines reproductivos, por la sencilla razón de que ese embrión nunca llegará a término porque será destruido para ser fuente de tejidos. Ese mismo embrión implantado en el útero de una mujer daría lugar a un niño, porque el proceso de clonación es idéntico sean cuales sean sus fines (reproductivos o terapéuticos). Salta a la vista que el término «terapéutico» aplicado a este proceso es equívoco: es terapéutico para un ser humano, pero a costa de la vida de otro. La ilicitud de este tipo de clonación se basa en el derecho a la vida que exige la dignidad de todo ser humano, independientemente de su grado de desarrollo. Nadie tiene derecho a la salud a cualquier precio, y menos si el precio es otra vida humana.” [9]
Se salva la vida de un ser humano (desarrollado) a costa de la vida de otro ser humano (en estado embrionario). La antropología cristiana, así como el Derecho Natural, nos dicen que un ser humano lo es en su integridad y por esencia, con todos los derechos intrínsecos a esa esencia (entre ellos, y el primero, el derecho a la vida), y esto es así con total independencia del grado de desarrollo del individuo. Destruir individuos humanos para salvar a otros atenta a los derechos más fundamentales y repugna a la sana razón natural.
La ciencia cuenta con alternativas a la clonación con fines terapéuticos, pues es sabido que hay lugares en nuestro organismo adulto desde los cuales se pueden extraer células con gran potencialidad (células madre) para ser cultivadas e inducidas a especializarse en el tipo deseado. Esos lugares pueden ser la médula ósea, el sistema nervioso, el cordón umbilical. De esta manera, no hay destrucción de embriones, con lo que se esquiva la objeción ética, minimizándose a su vez el problema del rechazo biológico, toda vez que es del propio paciente desde donde se van a obtener esas células que serán “reconocidas” por su propio organismo. Se trata de un auto-transplante que no implica destrucción de vidas.
En distintos países occidentales, y en la propia España, se pretenden dar pasos encaminados a una “liberalización” de la investigación, aduciendo que esto es lo “moderno”. En una entrevista, el doctor Aznar, especialista en las cuestiones bioéticas de la clonación, comenta:
“Parece que en este momento, en España, queramos ser pioneros de cualquier actividad científica o actitud social que vaya en contra de valores reconocidos como propios de nuestra sociedad, como pueden ser el valor de la vida humana, la estabilidad matrimonial, la enseñanza religiosa en la escuela, el mantenimiento de los acuerdos entre el Estado y la Santa Sede, el uso de símbolos religiosos en las instituciones públicas, etc. Por ello, una muestra más de esta política es la promoción de la investigación con embriones humanos. Es un peldaño más en una escalera en la que al final lo que se pretende es despojar al ser humano de la intrínseca dignidad que como tal le corresponde, para poder utilizarlo como una cosa al margen de su propio bien.”[10]
Hay ciertas líneas de investigación que no son “progreso”, antes bien, constituyen una auténtica regresión por cuanto tratan a los individuos humanos como material para las manipulaciones, como mercancía despojada de dignidad. Habiendo alternativas a la destrucción de embriones, como es el empleo de células madre adultas, que no presentan objeciones éticas, no se puede entender ese afán por liberalizar la clonación y el empleo experimental de embriones (ambos aspectos están interrelacionados).
Tal y como dice el autor entrevistado, el afán por proceder así no tiene otro fin que romper moldes de una denostada “tradición”. Se trata, en nuestra opinión, de un uso espurio de la ciencia. La ciencia “liberalizada” de esa manera no es una actividad presidida por el fin de adelantar en conocimientos y liberar al hombre de su sufrimiento, que son y deberían ser siempre los nobles fines de la ciencia, sino otra cosa: una justificación para proseguir la guerra contra las instituciones naturales y la esencia del hombre, normalmente para ganar y concentrar la dominación (económica, política) sin que esos centros de poder hallen muro ni límite en su afán.
La clonación “terapéutica”, o más precisamente la clonación destinada a la medicina reparadora, hace uso de embriones de los cuales se extraen células en una fase muy temprana de desarrollo. Los embriones que ya no suministran material útil son desechados una vez que la extracción se ha llevado a cabo, y así son tomados como meros soportes o vehículos de las células dotadas de alta potencialidad. ¿De dónde proceden estos embriones? De una parte, una fuente son los embriones desechados en las fecundaciones in vitro. Para generar un solo niño por fecundación in vitro, por un proceso selectivo eugenésico, se desechan varios embriones, a veces docenas de ellos. La misma presencia de prácticas eugenésicas, eliminando a los “menos aptos” ya plantea todo tipo de reparos éticos, y choca con la premisa antropológica y ontológica fundamental: todo individuo embrionario humano ya es un humano, no “material desechable”.
La obtención de células embrionarias se puede lograr generando esos embriones mismos por clonación, sin recurrir a los que se desechan en las clínicas de FIV. Los problemas éticos no son menores que en el anterior caso. Si cabe, se agravan pues aquí se planifica la creación de un ser humano que pronto va a ser destruido. Es una verdadera conversión del individuo humano en cosa: una cosificación. Se emplea como materia prima para la obtención de células de alta potencialidad.
Las quimeras y el “nuevo proletariado”
La alternativa de trabajar con embriones quimera es también una aberración ética. Debe tenerse en cuenta que las quimeras poseen una parte proveniente de una especie no humana y otra parte que sí es humana. Toda vez que la clonación, dicho en resumen, consiste en introducir un núcleo previamente separado de su célula, e insertarlo en otra célula enucleada (privada del núcleo), hay una fusión monstruosa de dos linajes que incluye –al fin- la fusión de material genético de dos especies distintas. El futuro se presenta muy oscuro, y el debate bioético se irá complicando cada vez más. [11]
En este sentido se ha pronunciado la Iglesia[12]:
“Recientemente se han utilizado óvulos de animales para la reprogramación de los núcleos de las células somáticas humanas –generalmente llamada clonación híbrida– con el fin de extraer células troncales embrionarias de los embriones resultantes, sin tener que recurrir a la utilización de óvulos humanos.
Desde un punto de vista ético, tales procedimientos constituyen una ofensa a la dignidad del ser humano, debido a la mezcla de elementos genéticos humanos y animales capaz de alterar la identidad específica del hombre. El uso eventual de células troncales extraídas de esos embriones puede implicar, además, riesgos aún desconocidos para la salud, por la presencia de material genético animal en su citoplasma. Exponer conscientemente a un ser humano a estos riesgos es moral y deontológicamente inaceptable.”
La Iglesia Católica, a través del documento Dignitas Personae, entre muchos otros textos, ha denunciado la existencia de un “nuevo proletariado”, esto es, la existencia de toda una clase de personas débiles, susceptibles de ser explotadas, mercantilizadas e, incluso, eliminadas. La decisión de aprovecharse de esa “mercancía humana” corresponde a los grandes poderes económicos y políticos que se esconden detrás de una industria de la muerte. En su análisis de Dignitas Personae, Luis Miguel Pastor escribe:
“Si en el siglo XIX y parte del XX el proletariado industrial fue un sector de hombres sobre el que se ejerció abuso y maltrato, hoy en día es cada vez más patente que, nuevamente el hombre, vuelve a sojuzgar a otros hombres. Hoy hay un nuevo proletariado, unos nuevos pobres que sufren una violencia incontrolada: los embriones humanos, nuestros hermanos más pequeños. Están discriminados y además no tienen voz, por lo que exige que se les preste esa voz y se les defienda. DP [Dignitas Personae] afirma que la Iglesia Católica, aunque sea criticada, tiene la obligación —diríamos profética— de anunciar a la sociedad que los embriones humanos están dotados de la dignidad de persona. Los embriones humanos son de los nuestros, por lo que la cultura de la vida humana exige defenderlos. La vida humana es un gran don a respetar, desde su inicio hasta su final natural, pues de otra forma no es posible la civilización del amor a la cual aspira todo hombre. Diríamos que si los pequeños son predilectos de Dios —Él también lo fue— igualmente a la Iglesia Católica no le queda más remedio que defenderlos porque en ellos ve el rostro de su Fundador.”[13]
Por nuestra parte diremos que sorprende que esta sociedad actual, crecientemente “sensible” ante el maltrato dado a los animales, lo cual se traduce en un mayor rigor legislativo en la práctica experimental con animales, en el transporte y cría de los mismos para el consumo, en el cuidado de las mascotas, etc., sea la misma sociedad que, simultáneamente, es ciega ante la explotación y genocidio de vidas humanas, aquellas que precisamente son las más indefensas. Sorprende que en Occidente exista un deseo de otorgar derechos a los animales irracionales, llegando al punto de equiparar muchos de los llamados “derechos de los animales” con los derechos humanos, mientras que se niega la misma condición humana a los embriones en general, o a los embriones de muy corta vida, según los casos.
Nueva forma de esclavitud
A los defensores de la vida, y muy específica y prioritariamente, los defensores de la vida humana, no se les tiene que escapar el hecho de que el genocidio y la esclavitud son dos clases de crímenes contra la humanidad que se hayan estrechamente interrelacionados. La historia de los regímenes despóticos y totalitarios atestigua fehacientemente que en ambos casos se parte de un desprecio por la vida humana, su rebajamiento a la mera categoría de cosa. Dignitas Personae subraya este regreso del desprecio por la vida humana que, añadimos nosotros, está conectado con una especie de propedéutica, una fase previa preparatoria en la conciencia de las masas: su nivelación con la vida de cualquier otro animal. En el caso de la clonación reproductiva, Luis Miguel Pastor comenta las perspectivas neoesclavistas que se agazapan detrás de la industria biotecnológica, unas perspectivas siniestras que el documento eclesial ya detecta:
“DP tras afirmar que la posible clonación consumaría un origen humano asexual sin conexión con el acto conyugal, se centra en la idea de que tal técnica impone al sujeto concebido un patrimonio genético preordenado. Es una forma de esclavitud por la que algunos seres humanos, arbitrariamente, determinan la identidad, singularidad e integridad genética de otros hombres”.[14]
Mucha gente parece no darse cuenta del peligro que la clonación representa para la libertad y la dignidad humana. Los hijos, que deberían venir siempre como fruto del amor conyugal y como fruto, en suma, del amor a la vida (el amor a la vida que siempre engendra más y más vida) pueden llegar a convertirse en una especie de producto industrial, como en la famosa novela Un Mundo Feliz. Y ese producto industrial no será sino una nueva forma de esclavitud, en la cual las cadenas de hierro serán sustituidas por cadenas genéticas. De la misma manera que hoy ciertas compañías multinacionales están monopolizando el patrimonio genético y la producción de semillas, dentro del ámbito de la industria agroalimentaria, privando a los campesinos de toda posibilidad de auto-subsistencia, quizá no esté muy lejano el día en que el patrimonio genético de nuevas vidas humanas esté controlado por grandes poderes económicos biotecnológicos, que llevarán a cabo -si Dios no lo remedia- prácticas eugenésicas y creación de “hijos colectivos” de la sociedad, y no hijos de una pareja humana heterosexual y libre.
También, hay que señalar la convergencia entre los intentos por abolir y superar la familia humana, como institución natural y querida por Dios, en favor de otras maneras colectivas de convivencia, crianza y procreación, tal y como se encuentran presentes en ciertos planteamientos ideológicos que se dicen “progresistas” y contrarios a las tradiciones.
La llamada “clonación terapéutica”, por su parte, nos presenta ante la mirada cristiana no ya un cuadro simplemente oscuro. Hay fundados temores sobre un futuro de destrucción de la propia humanidad. Se trata, con todo, no solo de una posibilidad, distopía imaginativa, sino que debemos hablar de una realidad en marcha: se están eliminando (matando, podríamos decir con más claridad) embriones con el pretexto de curar enfermedades y con el loable fin –tomándolo en abstracto- de llevar a cabo acciones médicas regenerativas.
La condena eclesial es firme, dejando claro que sólo se aceptan los fetos ya muertos por causas naturales como donantes de células embrionarias, o las células madres adultas. Dignitas Personae denuncia que se esté ocultando el catálogo de opciones alternativas a la destrucción de embriones vivos. Son alternativas amparadas en la ética del respeto a la vida: células del cordón umbilical, células madre adultas de distintas partes del organismo del propio donante, etc.
La Instrucción Dignitas Personae, redactada y publicada bajo el pontificado de Benedicto XVI, viene a desarrollar de manera más específica -en lo que a nuevas técnicas biomédicas se refiere- lo ya expuesto en la Carta Encíclica Evangelium Vitae, publicada bajo Juan Pablo II, la cual reitera la postura eclesial desde sus principios: la defensa de la Vida como un bien sagrado:
“La vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia, también en el inicial que precede al nacimiento. El hombre, desde el seno materno, pertenece a Dios que lo escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma con sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe y que en él entrevé el adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está ya escrita en el « libro de la vida » (cf. Sal 139 138, 1. 13-16). Incluso cuando está todavía en el seno materno, —como testimonian numerosos textos bíblicos — el hombre es término personalísimo de la amorosa y paterna providencia divina.” [15]
El párrafo número 63 de Evangelium Vitae es taxativo:
“63. La valoración moral del aborto se debe aplicar también a las recientes formas de intervención sobre los embriones humanos que, aun buscando fines en sí mismos legítimos, comportan inevitablemente su destrucción. Es el caso de los experimentos con embriones, en creciente expansión en el campo de la investigación biomédica y legalmente admitida por algunos Estados. Si « son lícitas las intervenciones sobre el embrión humano siempre que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia individual, se debe afirmar, sin embargo, que el uso de embriones o fetos humanos como objeto de experimentación constituye un delito en consideración a su dignidad de seres humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido y a toda persona.
La misma condena moral concierne también al procedimiento que utiliza los embriones y fetos humanos todavía vivos —a veces « producidos » expresamente para este fin mediante la fecundación in vitro— sea como « material biológico » para ser utilizado, sea como abastecedores de órganos o tejidos para trasplantar en el tratamiento de algunas enfermedades. En verdad, la eliminación de criaturas humanas inocentes, aun cuando beneficie a otras, constituye un acto absolutamente inaceptable” .
La Carta Encíclica de Juan Pablo II data de 1995, mientras que la Instrucción de Benedicto XVI (más precisamente de la Congregación para la Doctrina de la Fe) tiene como fecha 2008. En el transcurso de estos años y, a su vez, desde la fecha de la Instrucción a la actualidad, los avances en las técnicas de manipulación de células y embriones han sido grandes. En todo caso, sin mencionar aún la clonación o la hibridación, la Carta Encíclica de 1995 ya alertaba con claridad sobre estos peligros. Ambos pontífices, Juan Pablo II y Benedicto XVI, lideraron una ética personalista en el mundo, recalcando el valor sagrado del embrión humano y su consideración como persona ya dotada de todos los derechos.
Conclusiones: la vida humana: un absoluto. Carácter esencial y sagrado.
Los defensores del aborto y de la experimentación con “material humano”, que coinciden en gran parte con los partidarios del aprovechamiento industrial de los embriones, suelen acudir a una especie de relativismo terminológico. Para ellos, el concepto de “vida humana” es el fruto de convenciones sociales, jurídicas, prejuicios morales y religiosos. Pretenden sacar ese concepto del ámbito supuestamente riguroso de los términos científicos. Armados con su relativismo y operacionalismo, insisten en que “vivo” es un término exclusivamente referido a las células, a los embriones, en cuanto que realizan funciones fisiológicas o no. Esto refleja muy bien el éxito que la epistemología neopositivista y relativista ha conocido en el mundo anglosajón, y que de una manera u otra ha llegado a colonizar la forma de hacer ciencia y de entender la labor experimental. La vida, bajo estos presupuestos, se correspondería exclusivamente a unas funciones biológicas, como son la división celular o el metabolismo. Si la unidad implicada las realiza, está viva, no hay más. Con esta epistemología, se renuncia por completo a toda consideración absoluta de la esencia de la vida y, sobre todo, de la esencia de la vida humana.
Quienes defendemos el valor absoluto de la vida humana, y la preeminencia ontológica de ésta, no podemos aceptar esta especie de pragmatismo y operacionalismo epistemológicos. El término genérico “vida” se puede hacer corresponder con cadenas de reacciones químicas, funciones metabólicas, procesos de división y reproducción, totalidades orgánicas, etc., con el fin de delimitar de manera concreta los conceptos involucrados en los experimentos y manipulaciones, pero la Vida es, en sí mismo, un absoluto, un término esencial. Con mayores fundamentos podemos hablar de “Vida humana” como una esencia irreductible. Si la ciencia usurpa el papel asignado a la Metafísica, la ciencia se erige en un saber despótico, y ella misma, sólo ella, se arroga de manera inaceptable la función de redefinir continuamente los términos que estructuran la realidad.
Santo Tomás de Aquino enseña que los seres creados están organizados jerárquicamente. Estar “vivo” es más perfecto que simplemente “ser”. Pero, a su vez, dentro de los seres vivos, ser “sapiente” es más perfecto que simplemente vivir. En el hombre cabe encontrar la forma más perfecta de vida, la de un animal sapiente y, como asumimos por fe, además es un ser dotado de alma inmortal. Luchar por la vida humana en cualquier nivel de su desarrollo es un deber del creyente y de toda persona que valore la dignidad intrínseca de la vida humana. No es la vida humana, desde un zigoto hasta un embrión, pasando por un feto y una persona nacida, un mero conjunto de células que realizan funciones orgánicas. La Vida humana es un estrato superior de la Creación, y es irreductible a otras formas de vida animal o de existencia físico-química.
BIBLIOGRAFÍA
Academia Pontificia Pro Vita, (1997) “Sobre la Clonación”, https://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academies/acdlife/
Aznar, J. (2005): ¿Investigación con embriones humanos?: Una muestra más de la política anti-vida «. Entrevista con Justo Aznar, Bioética, https://www.bioeticaweb.com/investigaciasn-embriones-humanos-justo-aznar/
Aznar, J. (2022): “Estatuto biológico del embrión humano”, Bioética, https://www.bioeticaweb.com/estatuto-biologico-del-embrion-humano/
Carta Encíclica (Juan Pablo II): Evangelium Vitae (1995): https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_evangelium-vitae.html
Congregación para la Doctrina de la Fe (2008): Instrucción “Dignitas Personae”: https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20081208_dignitas-personae_sp.html
Iraburu, M. (2006) : “Sobre la clonación”, Grupo Razón y Fe, Universidad de Navarra: https://www.unav.edu/web/ciencia-razon-y-fe/sobre-la-clonacion, Conferencia pronunciada en Pamplona, el 29 de Agosto de 2006, en el Curso de actualización para profesorado «Ciencia, Razón y Fe» organizado por el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de la Universidad de Navarra. Texto actualizado en mayo de 2013.
Parlamento Europeo (2000): “Resolución del Parlamento Europeo sobre la clonación de seres humanos”,
Pastor, L.M. (2011) “Análisis y comentario ético del documento `Dignitas Personae´: desde la continuidad a la novedad”, Cuad. Bioét. XXII, 2011/1, p. 46, http://aebioetica.org/revistas/2011/22/1/74/25.pdf
National Genome Research Institute: “Gemelos idénticos” https://www.genome.gov/es/genetics-glossary/Gemelos-identicos (actualizado el 27/10/2023).
Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia (2015): “Quimeras humano-animales para su uso en la medicina regenerativa”, https://www.observatoriobioetica.org/2015/12/quimeras-humano-animales-y-medicina-regenerativa/11406
Testa, M. (2013) ¿Por qué la Iglesia dice “sí” a las células madres y “no” a las embrionarias? Aleteia, https://es.aleteia.org/2013/04/29/por-que-la-iglesia-dice-si-a-las-celulas-madre-adultas-y-no-a-las-embrionarias/
[1] Tomado de M. Iraburu, “Sobre la clonación”, Grupo Razón y Fe, Universidad de Navarra: https://www.unav.edu/web/ciencia-razon-y-fe/sobre-la-clonacion, Conferencia pronunciada en Pamplona, el 29 de Agosto de 2006, en el Curso de actualización para profesorado «Ciencia, Razón y Fe» organizado por el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de la Universidad de Navarra. Texto actualizado en mayo de 2013.
2 El término epigenética contiene el prefijo griego epi– , que significa “sobre” o “por encima”, y se refiere a aquellos cambios o cauces que afectan a la expresión de los genes y que no se corresponden a modificaciones en el ADN. El término se atribuye a C.H. Waddington, en referencia a procesos complejos que median en el desarrollo embrionario de los individuos, entre el genotipo y el fenotipo. El fenotipo hace referencia a la expresión final de cuanto está codificado en los genes, y en ese tránsito hacia la expresión, los factores ambientales juegan un importante papel.
[3] El genotipo es el conjunto de información genética contenido en el ADN. El fenotipo es la expresión física de esas características genéticas más la influencia ambiental,
[4]“Los gemelos idénticos (también llamados gemelos monocigóticos) se producen por la fertilización de un solo óvulo por un solo espermatozoide con la posterior división en dos del óvulo fertilizado. Los gemelos idénticos tienen el mismo genoma y siempre son del mismo sexo. Por el contrario, los mellizos (o gemelos dicigóticos) se producen por la fertilización de dos óvulos diferentes por dos espermatozoides diferentes durante el mismo embarazo. Comparten la mitad de sus genomas, como cualquier otro hermano. Los mellizos pueden no ser del mismo sexo o verse parecidos.” https://www.genome.gov/es/genetics-glossary/Gemelos-identicos
[5] “Las células de los tejidos del cuerpo humano envejecen y se deterioran continuamente, y esto a menudo provoca enfermedades degenerativas. La naturaleza posee un mecanismo para contrarrestar este deterioro, mediante un tipo de células “somáticas”, conocidas también como células “madre” adultas, capaces de proliferar de forma indefinida, y de generar células diferenciadas de tejidos concretos: hemáticas, epiteliales, óseas, etc.
Estas células “madre” adultas proceden del tejido embrionario primitivo, se desarrollan en los individuos al final del embarazo, y se han descubierto en la sangre del cordón umbilical, de la placenta, de la médula espinal de los adultos, en el cerebro y en el mesénquima de algunos órganos. Tienen un gran potencial para reparar tejidos y órganos dañados.
La Iglesia desde siempre se ha mostrado a favor del uso de las células madre adultas, porque con ellas se han obtenido resultados prometedores en la curación de numerosas enfermedades degenerativas, por ejemplo en el caso de quemaduras incluso muy extensas, con una curación completa. También porque no plantean ningún problema ético.
Son innumerables los factores positivos ligados a las células madre adultas: en primer lugar, al ser replicadas in vitro desde células madre del propio paciente, y por tanto genéticamente compatibles, no son rechazadas por éste. Además, su extracción no comporta ningún riesgo para la integridad física o la vida de esa persona. Tampoco hay rechazo aunque el donante sea distinto.
Concretamente, las células madre de la médula son la base de más de ochenta aplicaciones terapéuticas (regeneración del miocardio, del músculo estriado, corrección de alteraciones del sistema nervioso central) y de unos trescientos experimentos clínicos.
Las más utilizadas son las células del cordón umbilical, especialmente para las enfermedades de la sangre en niños. Uno de los problemas que plantea es que son escasas, y que su recogida y conservación podría ser objeto de especulación comercial. Una forma de solucionarlo es crear bancos públicos sin ánimo de lucro.” [Las células de los tejidos del cuerpo humano envejecen y se deterioran continuamente, y esto a menudo provoca enfermedades degenerativas. La naturaleza posee un mecanismo para contrarrestar este deterioro, mediante un tipo de células “somáticas”, conocidas también como células “madre” adultas, capaces de proliferar de forma indefinida, y de generar células diferenciadas de tejidos concretos: hemáticas, epiteliales, óseas, etc.
Estas células “madre” adultas proceden del tejido embrionario primitivo, se desarrollan en los individuos al final del embarazo, y se han descubierto en la sangre del cordón umbilical, de la placenta, de la médula espinal de los adultos, en el cerebro y en el mesénquima de algunos órganos. Tienen un gran potencial para reparar tejidos y órganos dañados.
La Iglesia desde siempre se ha mostrado a favor del uso de las células madre adultas, porque con ellas se han obtenido resultados prometedores en la curación de numerosas enfermedades degenerativas, por ejemplo en el caso de quemaduras incluso muy extensas, con una curación completa. También porque no plantean ningún problema ético.
Son innumerables los factores positivos ligados a las células madre adultas: en primer lugar, al ser replicadas in vitro desde células madre del propio paciente, y por tanto genéticamente compatibles, no son rechazadas por éste. Además, su extracción no comporta ningún riesgo para la integridad física o la vida de esa persona. Tampoco hay rechazo aunque el donante sea distinto.
Concretamente, las células madre de la médula son la base de más de ochenta aplicaciones terapéuticas (regeneración del miocardio, del músculo estriado, corrección de alteraciones del sistema nervioso central) y de unos trescientos experimentos clínicos.
Las más utilizadas son las células del cordón umbilical, especialmente para las enfermedades de la sangre en niños. Uno de los problemas que plantea es que son escasas, y que su recogida y conservación podría ser objeto de especulación comercial. Una forma de solucionarlo es crear bancos públicos sin ánimo de lucro”.[ Vide: M. Testa, « ¿Por qué la Iglesia dice “sí” a las células madres y “no” a las embrionarias? https://es.aleteia.org/2013/04/29/por-que-la-iglesia-dice-si-a-las-celulas-madre-adultas-y-no-a-las-embrionarias/]
[6] https://www.unav.edu/web/ciencia-razon-y-fe/sobre-la-clonacion#c
[7] https://www.bioeticaweb.com/estatuto-biologico-del-embrion-humano/
[8] https://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academies/acdlife/
[9] Op. cit.
[10] https://www.bioeticaweb.com/investigaciasn-embriones-humanos-justo-aznar/
[11] Sobre la clonación y las quimeras: https://www.observatoriobioetica.org/2015/12/quimeras-humano-animales-y-medicina-regenerativa/11406
[12] “Dignitas Personae”: https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20081208_dignitas-personae_sp.html
[13] “Analisis y comentario ético del documento `Dignitas Personae´: desde la continuidad a la novedad”, Cuad. Bioét. XXII, 2011/1, p. 46, http://aebioetica.org/revistas/2011/22/1/74/25.pdf
[14] Op. cit. p. 44
[15]https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_evangelium-vitae.html