La voz de un maestro: Max Otte y el colapso del mundo multipolar – Por Carlos X. Blanco

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Los lectores hispanohablantes estamos de enhorabuena. De nuevo podemos acceder a un texto del profesor Max Otte, uno de los pensadores europeos más clarividentes y, digámoslo así, “necesarios”.

El profesor Otte nació en Plettenberg en 1964, Alemania. Su patria germana está siempre muy presente en sus desvelos. Se doctoró en Princeton (EUA), es decir, en el corazón del Imperio, el yanqui, que actualmente domina el mundo, ese mismo imperio que, tras la guerra contra España (1898) y sin que nadie frenara su voracidad e ilegalidad, no ha hecho más que expandirse y colonizar en los cinco continentes. Nuestro autor conoce bien ese imperio y esa forma de entender la Economía, la mejor arma del imperio.

Otte, como economista, ha ejercido la docencia y la investigación en prestigiosos centros, tanto norteamericanos como alemanes. Conoce bien el sistema capitalista, cómo funciona y cómo este tiende a volverse salvaje, contrario a la ética y al bien común. En la actualidad vive en Colonia, es asesor en materia financiera y ha abogado siempre por un uso productivo y ético de las inversiones. También tiene una faceta política, además de ser un prestigioso economista en la docencia y en el asesoramiento. En 2022 fue el candidato por AfD [Alternative für Deutschland] a la presidencia de Alemania. Ha desarrollado una importante labor política dentro de los grupos conservadores del país germano.

Personalmente, me llena de orgullo presentar este libro de Max Otte. Si se me permite la licencia literaria, diré que el autor alemán y yo entramos en contacto gracias a un amigo común, aunque ya fallecido: Oswald Spengler. El lector sabe que el amigo común a Otte y a mí murió en 1936, dos meses antes de iniciarse la llamada “guerra civil española”, una contienda que en muchos aspectos fue el inicio de la II Guerra Mundial. Por tanto, el profesor Otte y yo, que somos aproximadamente de “la misma quinta”, no pudimos conocer a este amigo común en vida, en un sentido literal. Literal no, pero en el sentido literario sí. Ambos admiramos al filósofo de La Decadencia de Occidente.

Recuerdo muy bien el día recibí un primer correo de un señor alemán, para mí entonces desconocido. Fue en 2016 y yo acaba de publicar un libro, Oswald Spengler y la Europa Fáustica.1 El mensaje me hacía saber que un estudioso de la obra del filósofo, quizá, más importante del siglo XX, el autor de La Decadencia de Occidente, quería contactar conmigo y acceder al libro. Ese estudioso alemán era el señor Otte.

Con el tiempo pude comprobar que existía una interesante y activa asociación científica, The Oswald Spengler Society 2, en la que el profesor Otte ocupa un lugar destacado, y cuya existencia le debe mucho al autor que aquí prologamos. Max Otte, junto con el historiador y filósofo belga (también germanohablante) David Engels, lideran esta organización científica que mantiene vivo el legado spengleriano3. La sociedad organiza

actos, premios y edita publicaciones de alto nivel académico, y lucha por sacar del ostracismo y el olvido la obra del pensador de La Decadencia de Occidente.

La influencia de Spengler durante todo el siglo XX y en lo que llevamos del XXI es innegable, aunque no podemos esconder que es un autor bajo sospecha, que no puede embutirse dentro de los recipientes cada vez más estrechos del “pensamiento políticamente correcto”. El filósofo de Blackenburg murió en 1936, y por ende no pudo conocer la tragedia europea y mundial de la II Gran Guerra. Aunque influyó mucho sobre algunos sectores del nacionalsocialismo, sobre otros (los más encumbrados en el poder) causó honda antipatía y no es justo calificarle de nazi. La antipatía entre Spengler y el hitlerismo llegó a ser, por lo visto, recíproca. Es el destino que aquejó a muchos hombres que participaron en ese movimiento intelectual tan trascendental para Europa que fue la Revolución Conservadora Alemana: intelectuales profundos, con vasta cultura y visión aristocrática de la vida, ajenos (en algunos casos ajenos por completo) a la alienación de la movilización de masas, ya se presentara esta en forma democrática, bolchevique o bajo las cruces gamadas del NSDAP.

Spengler fue un conservador, pero no un nazi ni tampoco un reaccionario. El pasado, decía él, había que estudiarlo para así vislumbrar el futuro, adecuarse a la tendencia que el destino aguarda para una nación (la suya Alemania, pero también la nación colectiva que era la Europa fáustica) y así moverse prudencialmente hacia dicho destino o rectificarlo, anticipándose a la entropía. Spengler no fue un pesimista en ninguno de los sentidos que la palabra podía tener en los años 30. Lejos estaba del radicalismo que grita “¡Cuánto peor, mejor!” Antes bien, el suyo fue el modelo de un “socialismo prusiano”, entendiendo éste sistema como una especie de Estado del Trabajo y del servicio al Bien Común: el obrero, tanto como el emprendedor, el militar, el campesino o el maestro, en definitiva todo patriota, debe verse a sí mismo como una suerte de funcionario al servicio del Reich, un servidor al pueblo en cuyo estamento regirá una jerarquía del mérito y la capacidad. En su encuadramiento la persona se desarrolla “dando”, no “exigiendo”. Esta de Spengler era una especie de visión aristocrática de la existencia, donde los puestos cimeros se ocupan no por una mera cuestión sanguínea sino por el mérito y la amplitud de visión, unido a su corporativismo económico y una ética militar generalizada a toda la economía y la sociedad, basada en la disciplina. Estos son algunos de los rasgos, junto con el hecho de que no era antisemita, que acercan el socialismo prusiano de Spengler a pensadores y regímenes autoritarios más meridionales (España, Italia) así como lo aleja completamente del hitlerismo.

La Filosofía de la Historia de Oswald Spengler, y no sus propuestas políticas concretas para sacar a Alemania de su marasmo de los años 30 del pasado siglo, es lo que lleva al profesor Otte a hacer una reflexión actualizada sobre la crisis mundial que nos aboca, alarmantemente, a una posible Conflagración Nuclear. Un economista doctorado en Princeton y con una carrera brillante “en el corazón del Imperio del Capital”, podría haberse convertido en una especie de sacerdote o guerrero de ese mismo Capital. Pero nuestro autor es demasiado europeo, demasiado alemán, suficientemente spengleriano, y esto le ha servido para no sucumbir a los posibles cantos de sirena del neoliberalismo anglosajón.

El sacerdote, en la filosofía spengleriana, domina verdades. El guerrero, en cambio, domina hechos. Ambos tipos de hombre pueden ser casta dominante en una Cultura, más, su dominación está orientada espiritualmente de muy diferente manera. En la era del Capital, las universidades de élite occidentales se pueblan de gurús, de administradores de las “verdades” del neoliberalismo anglosajón. Son los sacerdotes de la doctrina económica, neoclásica, neoliberal, monetarista, etc. La economía, no ya marxista, sino institucionalista, queda marginada y reducida a un gueto de oscuridad y pocas posibilidades de ascenso académico. A mi entender, Otte aboga por estudios institucionalistas y culturalistas de la Economía. No todo se puede calcular matemáticamente. Las fórmulas de éxito de una sociedad económicamente avanzada se deben a factores culturales (la formación de la población, sus hábitos arraigados, su ética, sus tradiciones e instituciones, etc.) y no sólo a variables operativas en un modelo abstracto y econométrico. Nuestro autor podría exclamar su tesis, usando este lenguaje marxista: ¡las superestructuras cuentan!

De igual modo, los economistas de esta fase neoliberal y altamente depredadora, producen sus “guerreros”: los managers, las cúpulas de “CEO’s” sumamente agresivos, maquiavélicos, ajenos a toda ética, salvo que se quiera hablar, torciendo los vocablos, de una única y exclusiva “ética del éxito”. Otte invoca, en sentido contrario, una ética de la responsabilidad frente a la ética del éxito (del éxito a toda costa).

La mejor tradición de lo que una vez se llamó “capitalismo del Rin” defiende un modelo de propiedad no absoluta, sino limitada por responsabilidades sociales, culturales, medioambientales. Un Capitalismo ético, en donde la seguridad, la confianza y la corresponsabilidad imperen frente al fiero modelo de guerra de todos contra todos (el modelo de Hobbes, pero también el de Milton Friedman).

El estudioso de Spengler, que es el profesor Otte, llama la atención del lector sobre la fase crítica en la que se encuentra esta Europa fáustica un siglo después de que se escribiera La Decadencia de Occidente. Europa ha perdido el pulso desde 1945. No cabe duda de que todos los países de nuestro continente se han convertido, de una manera u otra, en colonias. Durante la Guerra Fría, iniciada poco después de ser vencido Hitler en 1945, las colonias o satélites lo fueron de los EUA o de la URSS, más, ya caído el gigante soviético en 1991, la dominación yanqui resultó casi completa, sin rivales que se le pudieran enfrentar.

He aquí que la RFA había ido manteniendo, desde su reconstrucción postbélica hasta la década de 1980, una pujanza industrial proverbial, a pesar de ser una noción ocupada militarmente, hasta el día de hoy. Debe tenerse en cuenta que Alemania es el país europeo con más bases yanquis y con mayor número de militares de esa nación pisando suelo europeo. Fuera de Europa, es Japón (la otra potencia del Eje vencida) quien se lleva la palma en cuanto a efectivos y bases del Imperio. Como se puede apreciar, las consecuencias de la II Guerra Mundial siguen siendo una realidad una vez transcurridos tres cuartos de siglo después de la rendición de las potencias del Eje. Pero como ocurrió con Japón, los alemanes, pese a quedar vencidos y ocupados militarmente sine die, fueron capaces de levantar la cabeza con altos estándares de cualificación técnica de sus trabajadores, ingenieros y emprendedores, con voluntad y disciplina, y un gran talento para desarrollar sectores productores innovadores. El milagro económico se dio en dos países en ruina, Alemania y Japón, ocupados militarmente, desprovistos de soberanía y bajo vigilancia del Imperio ocupante y triunfador, el imperio del yanqui.

Alemania, la patria de Otte y sobre la que más trata el libro, se rehízo social y productivamente tras la derrota. Hasta que llegó la oleada de la especulación y depredación anglosajona que sacudió el mundo, en los años 80, Alemania había recuperado sus mejores tradiciones productivas. Eran las mismas tradiciones que habían convertido, a partir del II Reich (1870) a Prusia en una potencia industrial y en líder de la ciencia y la tecnología. Esas condiciones son exactamente las mismas que el geopolitólogo argentino Marcelo Gullo denomina “insubordinación fundante”4. Consisten en lo siguiente: un Estado con autoridad (no necesariamente autoritario, pero sí fuerte) consigue aunar a los distintos sectores populares, superando la lucha de clases, y los aglutina en torno a un proyecto común, ilusionante y duradero.

Algunas de las condiciones que se reunieron, tanto en el II Reich como en la RFA de los años 50 a los 80 del pasado siglo, fueron:

a) Una población altamente cualificada, gracias a una formación gratuita o, en todo caso, fácilmente accesible al pueblo. Una formación para la cual el Estado se obliga con altos niveles de exigencia, calidad, disciplina.

b) Una forma de producir no vinculada al éxito sino a la seguridad, la solidaridad, el compromiso por el bien común. Una ética comunitaria, intensamente localista y provincial, muy cercana a los ideales distributistas (Chesterton, Belloc), a la Doctrina Social de la Iglesia (para los alemanes católicos) o a la ética luterana del trabajo, del deber y de la caridad.

c) Un mantenimiento sostenido de la inversión científico-tecnológica, logrando que la ciencia alemana destaque, especialmente en aquellas ramas con más posibilidades de convertirse en motores de la economía.

d) Un sistema de seguridad social, de cobertura para las madres trabajadoras, para los impedidos y enfermos, buenas guarderías gratuitas, estabilidad laboral y posibilidades para ascender, formarse y emprender. Un “Estado social”, cuyo precedente prusiano también fue pionero, frente a la ley de la selva de la economía anglosajona.

e) Una ética del deber, cuyo precedente insigne es el imperativo categórico kantiano. Enlaza esta ética del deber con la “vocación de servicio”, que a partir de los precedentes históricos de la vida consagrada y la milicia pueda extenderse a la industria y a la sociedad entera.

f) Un proteccionismo de la industria y agricultura nacionales, poniendo frenos a una globalización (verbigracia: neoliberalismo). La llamada globalización en realidad es un colonialismo económico descarado, ejercido por el poder imperial -actualmente los EUA- el cual, como los demás ancestros suyos, especialmente el británico, impone un marco asimétrico de relación: los anglosajones predican el liberalismo a ultranza para los otros, posibles competidores, pero un proteccionismo férreo para ellos mismos (vide M. Gullo: La Insubordinación Fundante).

La enumeración que he hecho no es exhaustiva. Para más detalles, aquí tienen el libro del profesor Otte. Con lo dicho bastará para hacerse una idea de que Alemania posee

unas tradiciones productivas distintas a las anglosajonas, aun dentro del propio capitalismo. Desde el punto de vista de la conservación de unos valores fundamentales centrados en la persona, el economista alemán apuesta sin dudar por esa tradición industrial. Es mejor que la anglosajona.

Lo que sucede es que en los 80 y 90 Alemania comenzó a perder el pulso. Los estragos del neoliberalismo de tipo anglosajón comenzaron a hacerse visibles. Se destruyeron oligopolios y carteles que operaban razonablemente bien y beneficiaban no poco al consumidor. ¿En España no nos suena esta música? ¿No recordamos los más viejos la proverbial eficiencia de Iberia, Renfe, Campsa, Tabacalera, Telefónica, etc.? Empresas que, además, eran cien por cien españolas… Se privatizaron, se desmembraron y se saquearon empresas que acrecían el patrimonio colectivo de los alemanes, y que ahora pertenecen a fondos financieros extranjeros. Se destruyó gran parte de la cultura del trabajo, de la investigación y del emprendimiento, favoreciendo (como en toda Europa) el parasitismo social (pagas a personas sin voluntad de trabajar) y el advenimiento no solicitado de extranjeros que, bajo distintos paraguas legales o ilegales, rompen a la baja el nivel de los salarios y ponen en peligro la continuidad cultural nativa.

El “experimento Merkel” consistente en llenar, de golpe, el país germano con millones de personas venidas de áreas culturales extraeuropeas no puede resistir otra explicación que el deseo de la potencia dominante (EUA junto con otros capitales extra-europeos, los llamados “petrodólares”) de destruir las bases productivas, que son también sociales y culturales, de la “locomotora industrial” de Europa que es Alemania.

Salvando las distancias, que las hay, España también ha sufrido un proceso de colonización cultural y económica acelerado desde la llegada al poder del Partido Socialista Obrero Español (1982). Los intervalos en que el gobierno de la nación pasó desde la izquierda al Partido Popular, fuerza presuntamente conservadora, son irrelevantes en términos de Gran Historia política: los “populares” no desmontaron ni una sola ley socialista relevante con vistas a evitar la desindustrialización y subordinación de España al Imperio yanqui. No revirtieron nunca el afán socialista por completar la neocolonización y sometimiento a una Unión Europa, entidad a su vez subordinada al Imperio de EUA, el mismo que ya nos humilló en 1898.

Debe tenerse en cuenta, se piense lo que se piense sobre el régimen de Franco, que en su última etapa éste fue capaz de modernizar el país de una manera también “milagrosa”, aunque a otra escala distinta de la alemana. Tras el triunfo del Caudillo en la guerra civil, en 1939, el régimen conoció un larguísimo periodo de aislamiento internacional completamente injustificado. España no contó con ningún Plan Marshall, a diferencia de los países europeos que quedaron en ruinas en 1945. Su posguerra fue, por tanto, más dura y el encono hacia un Régimen no beligerante, que había permanecido neutral durante la Conflagración Mundial, resultaba de lo más inopinado teniendo en cuenta que los ingleses y otras potencias occidentales, muy liberales y democráticas ellas, habían apoyado discreta pero efectivamente al bando de Franco. Con todo, en medio del hambre y de la miseria, los españoles (la gente de la generación de mis padres y abuelos) fuimos capaces de salir del tercer mundo, poniendo a España en el puesto número 9 de las potencias económicas mundiales, puesto del que fue descendiendo a medida que las libertades formales del nuevo régimen partitocrático -el llamado R78- se fueron implantando, junto con la cooptación y soborno de los partidos democráticos por parte de los agentes extranjeros.

Antes del triunfo de la partitocracia, fue prodigioso el desarrollo de la agricultura y de la industria españolas, el cual fue acompañado de un extraordinario progreso educativo. Los niveles de exigencia, calidad y rigor de los Institutos de Bachillerato españoles de los años 60 y 70 (es decir, del último franquismo y de la primera etapa democrática o “Transición”) han ido cayendo en picado, siguiendo los dictados de la UNESCO y de otras entidades globalistas de las que se sirve el gran capital, americano, árabe o, en general, extranjero, para quitarse competidores de encima. Con una población víctima de lo que hemos llamado en otros lugares “descualificación programada”, es fácil transformar toda una nación, la novena potencia industrial, en un pueblo de camareros, prostitutas de playa y empleadas de hotel. Y eso es España ahora mismo, un erial agrícola e industrial y una inmensa playa que ofrece sol y “chiringuitos” a los europeos del norte.

Pero, volviendo al libro de Otte que aquí nos ocupa: éste nos avisa de que hay nubarrones muy negros sobre el cielo de Europa. El texto es también una advertencia: nos dice que el caos es posible, se avecina el choque contra una realidad muy dura. El mundo se está desplazando vertiginosamente hacia una Guerra Mundial que, no lo olvidemos, puede ser una guerra nuclear. Los más agudos analistas llevan tiempo señalando que los escenarios previos para la Catástrofe están siendo creados. Y ya saben ustedes cómo funciona esto: un escenario malo abre la puerta a tres o cuatro escenarios posibles e hilados con el anterior, que son todavía peores. Ese escenario malo se abrió en 2014, con la lluvia de millones de dólares que los norteamericanos dejaron caer sobre Ucrania para forzar un cambio de régimen (injerencias que ya hemos visto sobre innumerables países, incluyendo en España el asesinato del presidente Carrero, el hombre fuerte de Franco).

La estrategia acorralar a la Rusia postcomunista, y de aplicar todo un paquete de medidas bélico-económicas contra este país, pone a toda Europa en una situación límite. La Unión Europea ha dejado de contar como una fuerza política, comercial, militar, etc. dotada de independencia. En el último año (escribo esto en 2023) hemos visto que la UE es poco más que “el brazo político y comercial” de la OTAN. La OTAN, por su parte, no es una verdadera Alianza. Los socios son, en realidad, países subordinados que renuncian a aspectos esenciales de su propia soberanía y autodefensa, pero que, por el contrario, debe asumir las obligaciones geoestratégicas que dicta el Pentágono, a menudo contrarias o no convergentes con las propias. En el caso español, resulta vergonzoso que desproteja todo su flanco sur, que asoma al Magreb, zona muy próxima a Europa donde hay un sultán despótico que no esconde sus pretensiones de formar “El Gran Marruecos” a costa de territorio de España (y, por tanto de la UE). España deja el sur expuesto a posibles nuevas invasiones, mientras que envía sus militares a las puertas de Rusia y otorga a este país, injustificadamente, un estatus de “enemigo”. Alemania ha recibido también humillaciones yanquis muy recientemente, siendo advertida por los halcones otanistas en contra de la compra de recursos energéticos rusos. Su impotencia militar (que siempre es la base real de una soberanía política) le impide ser neutral. La neutralidad en el conflicto ucraniano hubiera sido la postura más sensata para todas las potencias de Europa occidental, pero debemos volver a recordar el alto grado de colonización y la enanez militar de los europeos ante el gigante norteamericano.

Pero, como señala el profesor Otte en estas páginas, el Imperio del dólar declina. Será un proceso lento, sin duda, y en su agonía muchas cosas valiosas se perderán. Y lo más valioso en este universo: la vida humana. Habrá una pérdida ingente de vidas humanas

inocentes, pero los imperios declinan. Son formas vivas, como dice Spengler. Y en la naturaleza, las formas vivas nacen, crecen y fenecen.

Es muy posible que los EUA no ganen en su competición contra un mundo multipolar, en el cual los grandes poderes emergentes se alíen para cambiar las reglas de la geopolítica. Para cambiarlas o… Para imponer por fin un sistema de reglas comúnmente admitido, pues ahora mismo no parece haber reglas; el escenario del planeta es el estado de naturaleza de Hobbes: bellum omnium contra omnes. En la ley de la selva de los imperios anglosajones, el más fuerte se lo lleva todo e impone relaciones asimétricas a los subordinados. Es la ley de la selva más cínica y descarnada, en donde no existe la ética y las invocaciones imperialistas hechas a la paz, los derechos humanos y la vida democrática se vuelven cada vez menos creíbles. Las llamadas “autocracias” rusa y china poseen fuertes argumentos para decirle al mundo que las masacres cometidas por los EUA y la OTAN no fueron mejores que las de otros regímenes despóticos. Las masacres son siempre masacres. Las injerencias en la soberanía nacional de otros estados son siempre censurables.

Europa no se atreve a verse a sí misma como una verdadera nación de naciones, una entidad unida y verdaderamente solidaria, dotada de un poder federal autónomo, soberano, y libre de injerencias, ya sean las consabidas yanquis, ya sean manipulaciones que vengan de cualquier otra parte. El valor de este texto de Max Otte es grande. Aporta muchos datos que invitan a pensar. También a nosotros, los españoles como europeos, conscientes de que la parálisis de Alemania significa, inmediatamente, el marasmo de toda Europa — España incluida. Es un libro que no va en contra de nadie, tal y como son todas las buenas propuestas políticas: no van “en contra”, siempre se lanzan “a favor”. A favor de ¿de qué? A favor de una Europa consciente y orgullosa de sí misma, de sus signos de identidad. Ella lideró el mundo y, cometiendo muchos errores y crímenes (¿cómo callarlo?), es justo reconocer su mérito. Europa también regaló al resto de la humanidad las ideas de libertad personal, caridad universal, la idea, los derechos naturales, la racionalidad y la ciencia.

De todo esto nos habla el autor. Es la voz de Otte la de un maestro que debe ser escuchado.

El presente texto es el prólogo de la obra de Max Otte, Tiempos Inciertos. El colapso del mundo multipolar, editado por EAS en 2023, con traducción desde el original alemán a cargo de Fernando Pozas. Ver: https://editorialeas.com/producto/tiempos-inciertos/

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