En nuestro país no abundan los análisis geopolíticos debido a nuestra larga trayectoria como Estado colonizado, sometido a un estatus de “soberanía disminuida”. Solamente en aquellos estados donde hay una lucha existencial, es decir, lucha destinada a la propia supervivencia del mismo, u orientada a la conquista o conservación de su hegemonía (regional o universal), se despierta la inquietud por el análisis geopolítico ambicioso.
Como en España, ahora mismo, se acepta casi universalmente el estatus de colonia a triple nivel (colonia de los Estados Unidos, de Alemania y de Marruecos), la población vive aletargada, con una mentalidad de nación avestruz, que esconde su cabeza ante la inminente desaparición de su entidad política.
Por el camino que seguimos, desde luego, España dejará de existir en un plazo de una o dos generaciones. Habrá españoles, desde luego, pero españoles sin un Estado propio (un proyecto existencia común); pero incluso esta conciencia de ser se perderá, como se apaga una vela en un espacio abierto a los vientos. Sin un centro político soberano común, la conciencia identitaria puede llegar a perderse y caer en el olvido.
La propia historia nos lo enseña. En dos o tres generaciones, la mayoría de los hispanorromanos y godos del Sur y del Levante, dominados por el islam desde 711, acabaron por convertirse a la religión de Mahoma y a vestirse con las ropas de los invasores y hablando su lengua. Más recientemente, los españoles del otro lado del Atlántico, a partir de las “independencias” acaecidas en la primera parte del siglo XIX, comenzaron a odiar a España y a creerse la Leyenda Negra inventada por angloyanquis y franceses, perdiéndose en gran medida la idea de hermandad y comunidad de origen.
En la actualidad, España sigue perdiendo soberanía a marchas forzadas, y lo hace inserta en un polo absolutamente equivocado, incompatible con su ser histórico. El Occidente colectivo: el polo de unos “socios, aliados y amigos” que no hacen más que atacarnos por la espalda, y más abajo que la espalda, sometiéndonos a sus intereses y designios. Estados Unidos, el eje franco-alemán y el Sultanato de Marruecos no son socios ni amigos. Son los verdaderos causantes de que España esté de rodillas, y los que financian a la corrupta oligarquía española y la actual dictadura de partidos.
Un libro de Geopolítica para una nación tan postrada y arrastrada por el fango como es España, es un libro escrito a destiempo. Las ideas que contiene, cuanto más utópicas y extemporáneas parezcan, más cargadas de fuerza explosiva pueden tener. Pues, en ocasiones, hay que caer muy bajo para alzarse de nuevo y cobrar conciencia histórica de lo que fuimos (medida de lo que podemos llegar a ser), así como conciencia geográfica de dónde estamos y qué tenemos que hacer con la posición que ocupamos.
Una persona no puede elegir nacer en un pueblecito o en una gran urbe, en un país opulento o en una nación pobre y oprimida. De manera análoga, un Estado, una unidad política, no elige el tipo de solar en el que se asienta, los vecinos —molestos, peligrosos o amigables— que posee, los mares que le son ribereños, los climas de que disfruta o las invasiones que ha de confrontar… ¿No? ¿O sí?
Pues sí: hay un margen de elección. Mi propuesta es mirar el mapa de España desde otro ángulo: ver un Mare Nostrum en la llamada fachada atlántica. Allí donde Galicia se adentra como una cuña en el Atlántico, allí donde el Cantábrico rigió como lanzadera de migraciones célticas hacia el norte y como (y no solo como receptora de las mismas), y reconquistadora neogermánica del sur. Y también allí donde Portugal se hizo navegante y decidió abrazar el mundo con su marina asombrosa.
La España Atlántica puede ser un proyecto de reconstrucción nacional en clave geopolítica: ganar potencia en el Noroeste para, a su vez, ejercer una sólida labor de contención en el flanco más débil de nuestra nación, el sur. El flanco sur y levantino puede ser, otra vez, la timba de España. Desde el Mediterráneo siempre recibiremos invasiones e intentos separatistas. La traición y la disolución siempre procederán de allí. El sumidero catalán, cuando llegue a la independencia, será un nuevo enclave mahometano, como un nuevo Kosovo, base para la OTAN y el crimen organizado. El sumidero “abertxale”, por su parte, más allá de constituirse en Estado parasitario de España, será también la excepción al proyecto de los Reyes Caudillos de Asturias. La Montaña y el País Vasco, o son prolongación de las Asturias, o no son nada.
Es en el Noroeste marinero donde alienta la esperanza objetiva.
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