Estamos siendo espectadores, en gran medida pasivos, de un espectáculo bochornoso. El espectáculo de una oligarquía indecente que ha perdido contacto con la realidad y que solo conoce lealtad al amo que les mantiene en el escenario del poder, al señor poderoso que les hace seguir actuando como payasos arrogantes.
En todo Occidente es lo mismo. Se habla de “democracia liberal” mientras se procede a un desmantelamiento progresivo del Estado del Bienestar, en la medida en que este concepto, “Bienestar”, alguna vez existió y se correspondió con la oferta pública de ciertos servicios sostenidos con el fisco, en aras de una mayor tranquilidad del Capital, pero solo hasta el punto en que le resultara conveniente.
La reconstrucción de Europa occidental tras 1945 —es decir, allí donde los rusos consintieron no llegar con el Ejército Rojo— incluyó algo más que el famoso “Plan Marshall”. En el mismo paquete venía la americanización intensiva del europeo, es decir, su conversión en un cretino. Las ruinas, las montañas de cadáveres y de escombros, se despejaron gracias a la oportuna lluvia de dólares. Estos dólares sirvieron para que las élites “desnazificadas” del continente se convirtieran en lacayos dependientes del yanqui. Devinieron esbirros incapaces de actuar con la más mínima autonomía frente a la CIA y el Pentágono, que movían todos los hilos.
Todavía hoy, esos títeres de feria son financiados directamente por grandes compañías multinacionales y transnacionales, fondos carroñeros y los propios sótanos del Tío Sam. Todo lo que ganan las élites europeas —ya sea de manera legal ocupando cargos con abultados sueldos y generosas dietas, o mediante mordidas ilegales inherentes a su situación de privilegio— fluye directamente de los bolsillos del ciudadano hacia los paraísos fiscales, donde las cuentas cifradas no son precisamente secretas para la CIA y otras entidades del terrorismo imperialista yanqui.
Como la información es poder, al esbirro que forma parte de la élite europeísta y demoliberal se le permite su enriquecimiento sucio e ilegal, siempre y cuando no represente un peligro para el Imperio. Si lo hace, el secreto deja de ser secreto. Toda la élite occidental, desde Macron y Sánchez hasta Meloni o Scholz, está sostenida y amenazada al mismo tiempo.
Lo dicho sobre las élites de la partitocracia occidental, y sus ramificaciones altamente subvencionadas —grotescamente llamadas “agentes sociales” (sindicatos, ONG, clubs patronales, Iglesia…)— debe extenderse a la muy corrupta y mendaz “prensa”. Un análisis somero de quiénes son los accionistas propietarios del 90% de la “prensa libre”, y de sus conexiones con potentados sionistas o fondos de inversión omnipresentes también controlados por sionistas (judíos o “cristianos”), muestra que la verdad y el realismo se han eclipsado en Occidente.
Este imperio de la mentira, que es la prensa del “mundo libre”, pretende ganarle la partida a potencias como Rusia, Irán o China. Estas potencias, pensadas a escala nacional, están dotadas de valores que, aunque puedan gustar o no, son suyos. Tienen valores. Nosotros, en este imperio de la mentira, hemos adoptado el relativismo y la concepción nihilista de la existencia. Al aceptar el dólar como único y excluyente ídolo, hemos perdido nuestros valores propios, mostrando al mundo nuestra absoluta desnudez: nada que ofrecer, salvo redoblar el sometimiento y la explotación del Sur, así como la humillación del Este.
Pero el Sur ya está en otra onda: no dejarse someter. Y menos aún el Este, la enorme Eurasia que puede alzarse, por primera vez en siglos, como un contra-poder al conformarse alianzas entre macro-estados como Rusia, China, India e Irán.
Las cosas han cambiado drásticamente desde aquellos días en que un tal Fukuyama prometía el “fin de la historia” y la hegemonía eterna de Occidente. Lo que se ofrecía entonces no era más que una caricatura, resumida en la famosa frase de una canción de Mecano: “Coca-Cola para todos y algo de comer”.